De verdad que nunca
quise hacerle daño. ¿Cómo iba yo a querer dañar a lo más bello que había pasado
por mi vida? Les juro que era hermosa. No, no exagero. Se despertaba por las
mañanas con su melena larga y alborotada, sus labios hinchados de tanto dormir con
la mano apoyada en el brazo… joder, era hermosa. Hasta el resto de baba que
quedaba en la comisura de sus labios era hermoso.
No pueden imaginar lo
guapa que estaba preparando el desayuno en sujetador y pantalón largo de
chándal, no pueden imaginar el bello sentimiento que transmitía cuando me
besaba la mejilla y me decía que cada día me quería un poquito menos y me
mentía un poquito más. No se lo pueden ni imaginar.
No quise hacerle daño.
Era, es y será perfecta.
Sus ojos marrones, tan
comunes como únicos. Ni siquiera me gustaría que realmente se imaginaran lo
perfecta que es porque todos y cada uno de los que lo supieran la querrían a
su lado.
Ojalá pudiera
explicarle que a pesar de que todas me juren bajarme el Sol, yo sólo estoy
dispuesto a ver las estrellas con ella. Ojalá no hiciera falta tener que
explicar nada.
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