miércoles, 18 de noviembre de 2015

Ella era hermosa.

De verdad que nunca quise hacerle daño. ¿Cómo iba yo a querer dañar a lo más bello que había pasado por mi vida? Les juro que era hermosa. No, no exagero. Se despertaba por las mañanas con su melena larga y alborotada, sus labios hinchados de tanto dormir con la mano apoyada en el brazo… joder, era hermosa. Hasta el resto de baba que quedaba en la comisura de sus labios era hermoso.

No pueden imaginar lo guapa que estaba preparando el desayuno en sujetador y pantalón largo de chándal, no pueden imaginar el bello sentimiento que transmitía cuando me besaba la mejilla y me decía que cada día me quería un poquito menos y me mentía un poquito más. No se lo pueden ni imaginar.

No quise hacerle daño. Era, es y será perfecta.

Sus ojos marrones, tan comunes como únicos. Ni siquiera me gustaría que realmente se imaginaran lo perfecta que es porque todos y cada uno de los que lo supieran la querrían a su lado.

Ojalá pudiera explicarle que a pesar de que todas me juren bajarme el Sol, yo sólo estoy dispuesto a ver las estrellas con ella. Ojalá no hiciera falta tener que explicar nada. 

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